Hace unos días decidí irme al trabajo en bicicleta. No lo había intentado hace dos años, y en aquel entonces guardé la experiencia en mi baúl de grandes errores de la vida. Pero ya había pasado el suficiente tiempo como para repetir el error.
“Error, ¿por que?”, se estarán preguntando los lectores más sagaces. Por varios motivos, empezando por la distancia. Según Google Maps, queda a 10 kilómetros y medio de mi casa. Es decir, 21 kilómetros de ida y vuelta. Quizá a un ciclista muy experimentado esto no le resulte demasiado preocupante, pero estamos hablando de mí. Mi condición física deja mucho qué desear.
Además, los terrenos de Ensenada no son muy amigables para el ciclista aficionado, ya que hay muchas subidas. Estas hacen estragos en mis muslos. Y, por si fuera poco, está afuera de Ensenada. Así que debo transitar algunos kilómetros por una carretera poco amable donde han muerto varios ciclistas. Además de algunos kilómetros de terracería.
Pero era hora reintentar esos errores suicidas que de cuando en cuando tengo a bien realizar. Ya me han atropellado dos veces en la bicicleta, ¿qué más me puede pasar?
Bueno, esa pregunta se responde con mi cadáver despanzurrado entre las llantas de un tráiler, pero prefiero no pensar en ello.
Tomé la bicicleta y agarré camino. La llegada fue relativamente sencilla, y me tardé solamente una hora en llegar. Descubrí algunas rutas menos peligrosas y me felicité por ello. Ensenada no da muchas opciones para transitar, pero al menos por algunas calles alternas sin tantos carros.
Pensé que el regreso sería igual de sencillo así que intenté probar suerte por una nueva ruta. Un típico atajo. Hay una nueva sección de carretera que ni siquiera ha sido inaugurada, que lleva también hacia Ensenada. Como el tramo es relativamente nuevo y no está terminado, hay poco tráfico.
Así que decidí irme por allá.
Una hora después, pedaleando de pura subida, entendí la estupidez que cometí. Cada vuelta de carretera pensaba que ahora sí habría algo de bajada. Pero la subida seguía, hasta que alcancé a ver las colonias que estaban cercanas a la presa. Eso es totalmente lejos de donde vivo yo. Eso quería decir que erré el camino en un punto, y me pasé de largo.
En mi trabajo me comentaron que si bajaba de la carretera en el punto adecuado, podía salir por el Cañón de Doña Petra. Ese camino llevaría fácilmente a mi casa, pero no sabía ni por dónde era eso. Asumí que sería sencillo.
Por pura casualidad vi que un pick-up se salió de la carretera y bajó. Imaginé que era mi salida, y lo seguí. Pero avanzó tan rápido que lo perdí de vista, precisamente en un camino que se bifurca. Terminé en un paraje rural, sin agua, sin señal de celular, sumamente cansado, y sin nadie a kilómetros a la redonda.
Traté por varios caminos y ninguno llegaba a nada. Hasta eso que el paisaje era muy agradable: Planicies con veredas cubiertas de césped silvestre, y árboles. Pero el sol calaba cada vez más. Avancé lo suficiente como para perder la entrada a la carretera. Así que no me quedaba otra opción que seguir una vereda a ver a dónde me llevaba.
Por cierto, al día siguiente más o menos, se publicó la noticia de que denunciaron tala ilegal en el Cañón de Doña Petra. Me pregunto si ese pick-up tenía algo que ver. Pero bueno…
Seguí avanzando por la soledad. Imaginé que podía ser mordido por una víbora de cascabel y no se encontraría mi cadáver sino hasta semanas después.
Después de algunos minutos que me parecieron eternos, llegué a una pequeña granja. Hasta eso, estaba muy bonita. Mis músculos y rodillas ya pedían piedad. La crucé sin saludar a nadie, incluso vi a una persona sentada pero creo que no notó mi presencia. Me alejé antes de que sacar su escopeta. Pero llegué a territorio conocido: Donde está mi trabajo.
Así que seguí avanzando y me detuve en el primer Oxxo que tuve a la vista. Compré un Gatorade que medio me refrescó. Ahora, con señal de celular, le mandé mensajes desesperados a mi novia explicando mi horrible error. Y ella me recordó que me lo advirtió, como de costumbre. Siempre acierta.
No me quedó de otra más que seguir pedaleando otra hora más, hasta mi casa. Otra vez me topé con las mismas subidas, la misma carretera y el mismo peligro.
¿Qué me quedó de esto? El dolor de rodillas, un kilo perdido y un aprendizaje: No buscar atajos por zonas deshabitadas.
Pero, bueno, siempre me he considerado un “ciclista salvaje”. Alguien que no necesariamente sigue todas las reglas y se abre paso como se le ocurre.
Ahora, tengo que esperar otros dos años para cometer un nuevo error. Podría decir que ya no sucederá, pero estamos hablando de mí.
[Fotografía de El Cañón de Doña Petra por Surya González.]